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El antídoto contra la corrupción

¿Sabes cuál es el opuesto de la corrupción? Seguramente no te lo habías preguntado antes, porque poco se habla de ello.


Dado que los seres humanos vivimos en el lenguaje y por medio de éste determinamos nuestra realidad, hablar constantemente de algo o de alguien, ya sea a favor o en contra, le da vida y le fortalece. Por eso querer acabar con algo a partir de luchar contra ello es muy poco efectivo, como lo ha demostrado la lucha contra las drogas. Y eso mismo nos está sucediendo al volcarnos como sociedad hacia la lucha contra la corrupción, porque sin querer, todo el tiempo estamos enfatizando lo que rechazamos en vez de lo que queremos. Si uno lo piensa bien, lo deseable no es acabar con la corrupción, sino convertirnos en una sociedad donde la integridad rija nuestros comportamientos, lo cual por ende, llevaría a que la corrupción desapareciera.


En ese sentido es mucho más efectivo y sostenible a largo plazo enfocarnos como sociedad en construir y fomentar una cultura de la integridad en vez de seguir poniendo el énfasis en la lucha contra la corrupción. Y si ese enfoque no convence a muchos, por lo menos que la lucha sea contra la falta de integridad, a ver si dejamos de hablar tanto de eso que queremos que desaparezca.


La lucha contra la corrupción se ha convertido en el caballito de batalla de los políticos en Latinoamérica y España. Y no es para menos, ya que solo en Colombia se calcula que se pierden alrededor de 50 billones de pesos anuales[1] (aprox. 17 mil millones de dólares) a causa de este flagelo, cifra que equivale a más de la tercera parte del recaudo tributario anual, lo cual nos da una magnitud de este delito. Lo que se ha podido confirmar con los casos que salen semanalmente en las noticias es que falta de integridad está presente tanto en el sector privado como en el gobierno.


Comúnmente la falta de integridad se asocia al desfalco, al soborno, a la evasión de impuesto o al abuso del poder para sacar provecho indebido, las cuales son solo algunas de las manifestaciones de este problema. Sin embargo, la falta de integridad empieza por comportamientos cotidianos como colarse en la fila, decirle al hijo que lo niegue a uno cuando alguien lo busca, aprovechar un contacto para evitar un trámite, parquear el vehículo en lugares prohibidos o dejarlo en la vía pública mientras se hace una vuelta, entre muchos otros. En Colombia le llamamos a esto la cultura del “vivo” o del “avivato” que desgraciadamente es la cultura del “vivo bobo”, porque estos comportamientos al final se devuelven en contra de todos. Aunque hablo de esto haciendo énfasis en el caso colombiano, me arriesgo a afirmar que este mismo fenómeno cultural se manifiesta en España y el resto de Latinoamérica, en mayor o menor grado.


Esta cultura del “avivato” ha calado tan hondo que muchos colombianos se enorgullecen de ser vivos, seguramente porque en nuestra cultura respetar las normas y a las autoridades parecería ser de “bobos”. Algunos compatriotas se hicieron tristemente célebres durante este mundial de futbol al publicar en redes sociales, sin ninguna vergüenza, cómo violaban las normas rusas o denigraban de unas mujeres japonesas. Y probablemente lo hicieron público, porque este tipo de comportamientos se han naturalizado tanto en nuestra cultura que ya parecen normales, lo cual hace que las personas pierdan la noción de que actuar de esta manera no está bien. Ello hizo que cometieran el peor pecado que existe en la cultura del “vivo” que es ser tan bobo de dejarse atrapar, porque a los pobres bobos les caemos con todo, tanto que a uno de ellos lo despidieron del trabajo.


Lo triste es que la justicia no actúa con la misma severidad cuando un poderoso cae con las manos en la masa, porque las penas están diseñadas por ellos mismos para salir premiados después de sus fechorías. Y esto es muy grave, porque cuando los más privilegiados aprovechan sus privilegios para su propio beneficio o el de sus familiares, amigos o allegados, envían un mensaje a los demás miembros de la sociedad muy dañino, puesto que si el poder y los privilegios son para abusar y beneficiarse indebidamente, los demás querrán acceder a los círculos de poder para hacer parte de la repartición del botín. Y como el mal ejemplo cunde, cuando las personas ven que el otro lo hace y no pasa nada, empiezan a hacer lo mismo.


Para solucionar el problema de la corrupción, lo primero que tenemos que entender como sociedad es que ésta se manifiesta cada vez que uno de nosotros actúa anteponiendo sus derechos a los de los demás, y fuera de eso se enorgullece de ello, o reacciona agresivamente cuando alguien con toda razón le llama la atención, o se disculpa minimizando las consecuencias de sus actos. La consecuencia de esto es que cuando validamos estos pequeños actos de falta de integridad, estamos abriendo la puerta para acciones de este tipo de mayor envergadura. Ello sucede, porque cuando se violan los límites en lo pequeño una y otra vez, esto se convierte en una especie de “permiso social” para que también los límites se borren para los actos que tienen impactos negativos mucho mayores.


En el año 2015 organizamos con el Capítulo de Economía de la Asociación de Egresados de la Universidad de los Andes, la Universidad de los Andes y el Centro de Bioética de la Universidad Javeriana una serie de 6 conversatorios con líderes académicos y empresariales acerca del tema de la corrupción. Una de las conclusiones fue que la mayor parte de personas se relacionan con la corrupción desde de una perspectiva impersonal. Es decir, los demás son los corruptos pero yo no, dado que asocian este flagelo básicamente con el mal manejo de los recursos públicos, y no con comportamientos cotidianos como los mencionados anteriormente. Dado que nadie quiere pasar por corrupto, es mucho más fácil aceptar que uno cometió una falta de integridad en vez de un acto corrupto, lo cual es otra ventaja del enfoque de abogar por la integridad, porque facilita abrir la conversación al respecto y tomar consciencia.


Evidentemente es necesario luchar contra la corrupción, porque actuar sin integridad debe acarrear consecuencias sin importar el tamaño de la falta. Buenos ejemplos de esto son la caída de Mariano Rajoy en España y la imposibilidad de Oscar Iván Zuluaga en Colombia para ser candidato a la presidencia de Colombia, por haber resultado salpicado por el escándalo de Odebrecht. Acepto que la lucha contra la corrupción es más taquillera que abogar por una cultura de la integridad, sin embargo es mucho menos efectiva a largo plazo, lo cual fue otra de las conclusiones de la serie de conversatorios acerca de la corrupción que mencioné anteriormente.

Puesto que la integridad se manifiesta como un comportamiento emergente[2], la forma de propiciarla es trabajando en las condiciones necesarias que generan su ocurrencia. En este momento puedo identificar algunas de ellas, las cuales listo a continuación:

  • El liderazgo es para el beneficio común y no para el provecho propio.

  • Tomar conciencia de que respetar los derechos de los demás y actuar consecuentemente es la base la convivencia sana y en paz.

  • El reconocimiento social por actuar con integridad.

  • Tomar conciencia de que somos parte del todo, y que ese todo va más allá de la propia familia. Es decir, como ciudadanos tenemos la responsabilidad para con la sociedad de actuar íntegramente.

  • Tener la humildad para aceptar cuando abusamos de los derechos de los demás para nuestro propio beneficio en los actos cotidianos y dejar de actuar agresivamente para defendernos.


Me encantaría conocer qué otras condiciones necesarias se te ocurren para que la integridad emerja con fuerza en nuestras sociedades.


[2] Los comportamientos emergentes son aquellos que se manifiestan cuando confluyen las condiciones que propician su ocurrencia.

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